domingo, 21 de agosto de 2011

Frases Sueltas I

"Escribí unos cuentos. Cuando ya no esté quiero que los leas. Están mal escritos, pero eso me tiene sin cuidado; yo no quería ser un gran escritor, quería decir cosas de valor"

                                                                                                                                                       J.L-P.S.

miércoles, 6 de julio de 2011

Eterno Presente

Eterno Presente

I
“El pensamiento no nace en la boca
Nace en el corazón del corazón”
                                                      Nicanor Parra
Manifiesto

Y desperté. Ahí estaba yo, con el corazón en la mano dispuesta a entregarlo, a venderlo a quien fuera que lo quisiera recibir. Solo eso quería: amor. Tal vez mi personalidad lo exigía, mi forma de ser; apasionada y tormentosa, necesitaba amor y lo que el innombrable me había hecho me había destruido. O tal vez sólo exageraba. Entonces perdí el dominio sobre mi vida. ¿Puede un tonto enamoramiento de adolescente hacerte perder el control de la vida? Existe eso o solo son las películas. Porque yo existo y mi historia también, o tal vez no existo, o tal vez mi vida es una película cruel, o una realidad absurda.
Pero un corazón torturado puede salir adelante escribiendo…sí, escribiendo es como se deja atrás todo…o se comparte con el mundo sin tener que enfrentar el cara a cara.

¿Pueden las circunstancias de la vida, la gente que uno conoce, cambiar el rumbo de la vida cuando ésta apenas ha comenzado?
                                                                                                                   
A veces siento que el corazón no es el mejor lugar desde donde deba contarlo todo. Seguramente no hay un lugar desde donde una persona tan complicada como una adolescente pueda sentirse cómoda para abrirse a los demás. Pero seguramente, los adultos tampoco lo han encontrado, y los ancianos tampoco. Yo creo que ese lugar ideal no existe.

Miré a mi alrededor, me sentí mareada. Fue una pesadilla. Menos mal; no podría haber soportado saber que en realidad había perdido algo tan importante así, con alguien tan insensible, en una relación tan efímera. Ni que me habían traicionado de esa forma a propósito de lo ocurrido. A pesar de que era un sueño, o mi inconsciente me obligaba a reconocer todo lo ocurrido como tal, me sentía sola. Amigos, novios, familia, gente… y al final solo estaba yo. ¿Egoísmo o soledad? ¿Casualidad o destino?

En el último tiempo había sentido como si tocar fondo no era más que saltar de escalón en escalón hacia algo más bajo aún, como si en realidad aquel fondo que me haría recapacitar no existiera.
Me hubiese gustado despertar y ser otra: vulnerable, débil, en quien la gente no pudiera esperar demasiado. ¡Qué triste que no sea el caso! Siendo la hija brillante, perfecta, con buenas notas, buena familia, buena situación, ¿Quién pensaría de mí como una adolescente descontrolada? Podría cerrar los ojos y dormirme para siempre pensando que soy otra y vivir para ese mundo paralelo.

Todo es culpa de ese muro que he construido, que han construido los demás en torno a mí, que no me defiende, sino me oculta y muestra una imagen de mujer sólida, con valores, fuerte, que no llora, de la que todos pueden esperan sino lo mejor. Y que, por supuesto, está absolutamente preparada para enfrentar la vida. Si supieran que esa persona no existe, que es solo producto de la imaginación de aquellos que la idealizaron. Solo es eso; una idea.

Hoy día intenté hablar con mi papá. Conversamos un poco. Más bien fue un monólogo, pero yo lo entiendo: sus monosílabos no significan que no me quiera, está claro que no es eso. El pensamiento típico de mi edad -nadie me quiere o entiende-, pasó de moda hace años. No, yo entiendo; él está cansado, estresado. El trabajo, las reuniones, y los problemas de adultos. A veces pienso que la adolescencia no es una etapa circunscrita a una edad determinada.

Adolecer significa sufrir, y no he conocido jamás a alguien que no sufra. Pensar que hasta el sentimiento más alto, o eso dicen, que es el amor, va de la mano del dolor. A veces pienso que debería ser yo la que tendría que estar ahí para mi papá y decirle que no se preocupe, que un problema no es el fin del mundo. Pero no puedo. Soy una adolescente, tengo 17 años; aunque tuviese la razón, no me incumbe, como dirían los mayores.

Los hombres mismos hacen que la vida sea ardua. El mundo no es difícil, no es complicado: los hombres lo son. El mundo no es triste, los hombres son quienes lo hacen gris. He estado buscando la gente buena, los hombres que valen la pena, pero no los encuentro. He cambiado los canales de la televisión y no los veo. He leído diarios, revistas y ahí tampoco están. 
II
“Hierbecita temblorosa
Asombrada de vivir”
Gabriela Mistral
Apegado a mí, Canciones de Cuna, Ternura

Ahora que lo pienso he vivido tantas cosas. Me habría gustado ir más lento, cada cosa en su momento. Pero siempre fui adelantada: caminé antes que nadie, mis primeros dientes salieron muy anticipadamente y para que decir mi primera palabra.

Mis amigas veían dibujos animados y caricaturas, yo, en cambio, series importadas directamente de USA con esas risitas envasadas, y tramas fuertes para reflejar lo “terrible de la juventud hoy en día ”. Ahora que yo soy la juventud de hoy en día pienso que esa frase cliché es una simple muletilla: la juventud siempre fue igual, y ese pensamiento pesimista únicamente contribuye agrandar aún más esa temible brecha generacional entre algún adulto que quizás lea esto y yo. O entre yo misma y mis hijos en el futuro.

Pero, ¿Cómo llegué a este punto de soledad y tristeza? Mi teoría final: yo misma lo busqué o el destino lo preparó especialmente para mí. Incluso puede ser que estaba escrito desde le eternidad. Fue una cadena de sucesos que me hicieron ser lo que soy y ya no hay vuelta atrás. Maravillarme con dejar atrás la infancia, para comenzar a tomar mis propias decisiones… salir de la seguridad del hogar, y enfrentarse a las luces, la ciudad, la vida nocturna. Salir con ese tipo que nunca quise pero que me encantó. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, darme cuenta de lo que había perdido. Crecer, crecer, ¿Crecer? ¿Qué es eso? Solo una medida corporal. En la mente uno no crece ni madura: simplemente va juntando un enorme acervo empírico que lleva a forjar una cierta personalidad, y después de un tiempo las experiencias más duras se van eliminando o tergiversando y se puede decir en paz, sin darse cuenta del autoengaño; “dejé eso atrás”, o bien, “ya maduré”.

Lo terrible hoy en día no es la juventud. Es la sociedad. Son los adultos. Ellos publicitan un mundo sensual, donde antes que la abstinencia están los preservativos, antes que la razón, están los sentimientos, antes que el amor (del verdadero, de la voluntad), está el placer. Y eso no importa, no es mi punto, ni mi tesis a defender, todo eso me da igual; que publiciten lo que quieran y que quienes opten por eso lo hagan libremente. Pero luego pregunto ¿Y ahora qué? ¿Quién de esos adultos va a acompañarme, a sacarme de esta soledad y tristeza, quién de ellos va a llenar el vacío?

Todo esto es un sinsentido; fue mi culpa al fin y al cabo. Pensé que esa era la mejor manera de sentirme querida. Pero los “penséque” y “creíque” no sirven de mucho en la vida real, suponiendo que todo esto es real. Y no parece serlo: haber perdido mi inocencia así, dejar de ser la que era sin haberlo deseado me hizo desvanecer. Siento como si todo esto fuese ficticio y ya hubiese dejado de existir.

Y yo no tomo. Nunca. Por ley no bebo alcohol, pero paradójicamente me encuentro castigada hasta nuevo aviso debido a que me escapé hace unos días, salí y tomé con el estómago vacío. Seguiría con la historia de mi “hazaña nocturna” pero no recuerdo qué ocurrió después. Podría inventar un final. Podría invocar a una musa griega o algún dios fogueado en el tema: Dionisio tal vez me ayudaría. Pero luego desperté, y comenzaron mis cavilaciones y aquí estoy en medio de la nebulosa que llaman conciencia, razón; quién sabe. ¿Y qué hago escribiendo pensamientos íntimos? Sigo siendo una adolescente, no soy tan profunda como podrían pensar; simplemente escribir me alivia casi tanto como un cigarro suave junto con la puesta de sol, o como leer una buena novela, tan buena que los personajes rápidamente instalan una cómoda silla para mí, en una pequeña esquina para que pueda disfrutar la trama de más cerca aún.

Y todo porque en un año pasé de un hombre a otro. Sin tener tiempo de olvidar al primero, conocí al segundo, y ya estaba con el tercero, conociendo a la familia del cuarto. Y ese día colapsé, me serví un vaso de no sé qué “trago“, y pensé: esto era exactamente lo que necesitaba para olvidar todo. Y todos mis pensamientos eran un torbellino. Comencé a esfumarme, a dejar atrás mi realidad. Mejor sola que mal acompañanda, si al final me di cuenta de que por donde voy hago daño, y que después de todo tal vez no sea adolescencia sino locura, y esa personalidad impulsiva no sea una etapa sino carácter y temperamento natural en mí. ¿Y la libertad qué? Si lo que me sucede está mal y lo que elijo, también. Tan voluble, tan cambiante. Yo misma creé mi soledad. Y la creé tan bien que debería sentirme orgullosa. Pero no, los seres humanos necesitamos de la sociedad. O tal vez yo no sea humana o en ese instante haya dejado de serlo.

III
“¿Quiénes están muriendo y quiénes nacen
Mientras mi pluma corre en el papel?”
Vicente Huidobro
Canto IV, Altazor

Después de todo, esta es la vida, que transcurre, y no hay otra. Soy lo que fui y seré lo que soy. Mis experiencias son estas, y luego ¿Qué? Solo soy un personaje de un cuento loco, una historia rápida  y mi vida acaba con estas líneas. Si mi dueño decide dejar de escribir… ¿A dónde iré?

Iré a un más allá, al mundo real de los filósofos, a lo que en realidad es. A ese mundo ideal platónico. Porque quizás soy solo una idea y allí es donde pertenezco. Saldré de este mundo aparente. Sí. Saldré de esta hoja, de este trozo de papel, de estas palabras que me tienen atrapada. Que me controlan. Que manipulan mi destino.

Si cada una de estas letras se entrecruzara, o se mezclaran, ¿Mi historia sería diferente? ¿Quién soy? ¿Qué soy? No soy. No puedo ser. Soy un personaje. Y si mi ser es ficticio, mi sufrimiento también. Pero, ¿Cómo puede ser que lo que siento no sea, si lo estoy sintiendo? Y si soy una idea, entonces las ideas también sienten, las ideas también son. Quizás las ideas son lo único real, y ese ser de carne y hueso que me escribe o me lee no es sino un ser mecánico e indiferente.

Tal vez soy un alma dispersa y no he encontrado mi lugar. He abandonado mi cuerpo, o éste me ha dejado en libertad, pero no ha sabido diferenciar aquella del libertinaje y aquí me encuentro como un espíritu perdido, divagando por estas páginas.

¿Han visto algún desalmado rondando las calles? Tal vez sea yo, mi otra parte. ¿Cómo hacer para que me lea? Podría usted, sí, usted que está mirándome sin verme, llevarme ahí donde la gente se siente vacía por dentro. Yo tengo pasiones, deseos, sentimientos, voluntad. Yo puedo ser el alguien de alguien. Pero quién irá a tomarme en cuenta… si solo soy una adolescente, solo soy una idea. No pasará. No encontraré mi lugar en este mundo. No seré parte de la masa ni encajaré en un estereotipo. Esta hoja acabará y ya no tendré existencia.

¿El lenguaje crea? Porque yo estoy existiendo ahora gracias a él. Pero la historia se acaba. Mi vida se termina y aún no ha comenzado. Si usted intentara volver a la primera línea y leer nuevamente, podría darme unos minutos más de vida. Tal vez si lo hiciera con otra actitud o con otro ritmo de lectura, mi historia sea diferente y tenga un final feliz; pero ¿Cómo? Supongo que si ya está escrita, nada puede cambiar. El destino inexorable quedará inexorable para mí.

Mi existencia ya no es superada por las fuerzas de la naturaleza ni por la tecnología, como se ha pensado a lo largo de la historia. Mi existencia la supera mi propia existencia, me sobrepasan mis pensamientos y mis palabras: me consumen pero a la vez me sostienen.

A través de la historia el hombre se ha autodestruido, y ha sido una conducta perseverante, digna de admiración. No sólo la juventud se autodestruye: todos se suman a este movimiento; los individuos y las masas. Y cuando la destrucción física ya no es suficiente, no hay que preocuparse: la destrucción moral llega de inmediato para así continuar con el ciclo normal de la vida.

Y por eso mismo destruiré mi historia, dejaré de escribir. Los pensamientos dejarán de fluir por mi cabeza y mi mente se apagará en el minuto que escriba el punto final. Así seré consecuente con mi naturaleza humana y seré yo la causa de mi muerte, seré el superhombre de Nietzsche. O mi inconsciente freudiano hará su parte y me obligará a detener todo esto.

Es mi elección, creo. No me queda otra posibilidad sino elegir mi obligación. Los hombres son creados para encontrar la verdad, la felicidad, el bien, la belleza; para encontrar el amor. Y yo, ¿Para qué fui creada? Para rellenar estos escritos, para desahogarme con el aire, para encontrar la catarsis conmigo misma y liberarme al fin.

Seré una adolescente eterna, mi ser no asumirá jamás dejar atrás la juventud, y con cada lectura naceré y moriré una y otra vez. No habrá pasado ni futuro, solo el eterno presente.

Y desperté. Ahí estaba yo, con el corazón en la mano… sintiendo que todo esto ya lo había vivido. Tomé mis pensamientos, y los esparcí sobre la mesa decidida a escribir lo que sentía. Decidida a inmortalizar mi ser en un hoja. Comencé con los pedazos más pequeños a armar lentamente lo que habían sido mis experiencias hasta ahora, el rompecabezas de mi vida. 

sábado, 26 de marzo de 2011

Übermensch (dann)

Ya habían pasado varios meses desde que había desechado la propuesta de su novio. ¿Novio? Nunca supo bien qué eran exactamente y por lo mismo, le había dicho que no. Un no débil y premeditado, pero seguramente un no adecuado.

Tenía en la retina su imagen, como si hubiese sido ayer cuando lo visitó en la clínica y le concedió su último deseo. También recordaba perfectamente cuando lo último que Wilhelm vio de ella fue su largo cabello oscuro al doblar la esquina de la calle Blumen. Siempre guardó la secreta esperanza de que él la seguiría, la tomaría por detrás y con un beso apasionado le declararía su amor. Pero en realidad ella sabía bien que Wilhelm era un hombre racional y principalmente enfocado en sí mismo y su propia voluntad de poder. Ni siquiera el amor lo había cambiado.

Se encontraba sentada en el banquillo sucio y deprimente que ahora era su cama, líneas negras  eran ahora su mejor paisaje. Los barrotes de su celda se habían convertido en el lugar preciso al cual dirigir sus ojos durante las reflexiones. “Was dich nicht umbringt, macht dich starker” había sido la última frase de Wilhelm y resonaba día a día en sus oídos, pero ya no estaba tan de acuerdo con él. En su encierro se había dado cuenta que, de hecho, no sentía más fuerte en absoluto, incluso, prefería morir.

Su pensamiento favorito por esos días era profundo y triste:”Nacemos y morimos solos, y ante esa perspectiva, es imposible sobrevivir a la vida sin apoyarse en algo que (nos) trascienda”.Nunca trató de escapar porque en realidad nunca se dio cuenta de lo que hizo. La culpabilidad no cayó como un ladrillo en su intelecto; no alcanzó a sentir culpa. Quizás el shock fue muy grande o cometió su crimen por obediencia a su ser querido. 

Luego de vaciar la jeringa en él, había movido el cadáver a un lado para dejar espacio en la camilla y recostarse a su lado. Había cogido su brazo, que era un peso muerto, y lo había puesto rodeando su cintura y con la cara salada y mojada se se había dormido junto a él.

Había despertado días más tarde, en una celda en espera a ser juzgada, pero no le había interesado defenderse. Era culpable e iba a hacerse responsable de sus actos hasta el final. Sería coherente, algo que en el mundo ya no se veía, y con tranquilidad iba a asumir el castigo.

"Nacemos y morimos solos…” 

domingo, 6 de febrero de 2011

Un Día Cualquiera

Una brisa helada movió sus cabellos hacia atrás, y las gruesas lágrimas que bajaban por su cara se precipitaron por su cuello y cayeron hasta el suelo. Sentada, silenciosa. Su piel marmórea contrastaba con su expresión dulce y suave. Movía alternadamente sus pies; atrás y adelante, y todo lo que rodeaba este eterno vaivén era verde y luminoso. La brisa seguía corriendo y despeinándola y ahora ella lloraba amargamente.

Miró fijamente su imagen en el espejo. No le interesaba su aspecto físico; estaba como hipnotizada, buscando más allá… buscando su interior. Pretendía encontrarse con ella misma, ver en la profundidad de sus ojos.
- Ya está,- dijo en voz alta, luego de unos minutos- no veo nada porque no hay nada más allá. Ya está, dejémoslo así-.
Bajó rápidamente las escaleras y se despidió de sus padres con un beso. Cerró la puerta con un portazo. “Maldito viento, pensarán que me he enojado”. Corrió hacia la calle. “Parece que lloverá…” subió al auto y se alejó  de su casa.

No podía dejar de llorar. Sabía que todo iba a terminar en ese momento y no había nada que hacer al respecto. Odiaba al culpable, sufría por éste, que no era sino su propio destino, ahí sobre ella, como una nube, una sombra negra. Las lágrimas corrían.

Su casa ya era un punto lejano cuando notó que llovía fuertemente y el auto se resbalaba de vez en cuando. La música era estridente y las risas al interior del vehículo lograron ponerla  nerviosa. ”Esto no está bien, vamos muy rápido”.

Pasó su delicada mano por sus mejillas y su cuello. “Debo calmarme, dejar de llorar”. La brisa se detuvo de repente. El sol, ahora en lo alto, no sólo brillaba sino que dejaba sentir su calor. Pero ella, vestida de blanco, sentía una especie de frescor proveniente de su interior.

-Qué frío hace, Dios mío ¡Qué fuerte llueve! Pero qué más da, querido, no la habríamos convencido jamás de quedarse. Es una adolescente y eso es lo que hacen; salir y pasarlo bien. Es nuestra hija, sabe cuidarse-.
-Amor, ¿puedes prender la chimenea? Veamos una película y esperemos a que regrese. Tengo el presentimiento de que algo malo ocurrirá-. “Quizás hoy no era un buen día para salir de casa”.

“Quizás hoy no era un buen día para salir de casa”.
 -¿Una carrera? Claro-. -Y el ganador, invita la comida de la próxima salida, ¿De acuerdo?-. –Genial-.
-No, Andrés te lo pido, maldición sabía que hoy no era un buen día para salir de casa. Es peligroso ¿no te das cuenta?-.
La lluvia golpeaba las ventanas con fuerza. “Mis padres me matarán si se enteran de esto. Bueno, si  es que no nos matamos antes”. -¡Espera! Detén el auto, me bajaré aquí-. Abrió la puerta enojada y se apeó rápidamente, -¡Vamos, no puedes hacer eso! Te estás empapando-. “Sí, sí puedo y es justamente lo que estoy haciendo”.
El auto se alejó velozmente. “Con amigos como estos, quién necesita enemigos”. Se acercó al teléfono público más cercano, aprovechando de cobijarse,  y llamó a sus padres.

Y ese frescor le hacía sentirse renovada, pero la nostalgia era mayor y lágrimas silenciosas seguían recorriendo su cuerpo.
Fijó la mirada en las flores que se desperezaban y se abrían lentamente a sus pies. De todos los colores, resplandecían con el rocío que aún duraba de la madrugada formando pequeños arcoíris, y mágicamente el sol no derretía esas pequeñas gotitas de agua que reposaban sobre los pétalos.

-Aló, ¿quién es?- y tapando el micrófono del auricular, susurró a su marido -Creo que es Adriana, anda ponte zapatos y enciende el auto por si hay que salir-.
-Mamá soy yo, Adriana. Tengo un problema, después te cuento. Puedes venir a buscarme… ¿por favor? Estoy en la avenida Azalea, a la altura del supermercado de siempre-.
-Vamos en camino amor-. Y cortó la señal del teléfono. Tomó su cartera a toda velocidad y corrió al auto que ya estaba encendido con su marido al interior esperando alguna orden.

Salió de la cabina telefónica y comenzó a caminar para ubicarse justo frente a aquel supermercado de siempre. Estaba todo muy oscuro, “seguramente hubo cortocircuitos con la fuerza de la lluvia y los cables se han quemado, ojalá no comience un incendio o algo parecido”. Se arropó lo mejor que pudo en su chaqueta, menos mal había salido con un abrigo impermeable, y miró a ambos lados para cruzar. Observó su reloj;  ya eran cerca de la 1 de la madrugada. Realmente salir ese día había sido una locura pero esas locuras hacen que la vida valga la pena,  “o eso creo”… al menos ya sabía cómo eran sus amigos.

Nuevamente tuvo que limpiar las lágrimas de su cara y en ese instante vio algo diferente: a través de sus dedos vio a sus padres. Sonrió y corrió hacia ellos. Se lanzó sobre su padre y lo abrazó con todas sus fuerzas. Él sin embargo se mantuvo indiferente; ni siquiera se volteó.

Una luz se acercaba por detrás. Adriana se detuvo y giró su cabeza lentamente para no encandilarse. “Ese no es el auto de mis padres…” – ¡Adriana sube! No te íbamos a abandonar, vamos apúrate-.
-No iré con ustedes, han bebido alcohol; todos, tú también Andrés- respondió ella enojada.
- Bueno en ese caso, suerte con la lluvia- le respondió éste desde el interior del auto y se alejó en la penumbra de la noche salpicando hacia ambos lados el agua de la calle.
Adriana dio un paso adelante y por un desequilibrio, una tontera, cayó fuertemente en cosa de segundos y su cabeza se azotó contra el suelo resbaladizo y quedó allí; tendida en la vereda como si estuviese durmiendo. Un pequeño hilo rojo comenzó a dibujarse en el piso, hasta que se transformó en un manto opaco.
Una luz como de faro recorrió la calle. – Mi amor, no la veo. Esto no está bien, llamemos a la policía-dijo la madre con un tono de voz que dejaba ver una enorme preocupación.

-Andrés, deberíamos volver por Adriana, quizás alguno de nosotros debería bajarse y llevarla a casa… este sector es peligroso de noche-.
-Está bien, está bien, volvamos-. Puso reversa y aceleró, doblo hacia la izquierda, primera, segunda, tercera y luego cuarta y con las luces altas encendidas.
-¡Cuidado!-. Un grito sordo llenó el vehículo y Andrés viró rápidamente el manubrio hacia la derecha. El automóvil se montó sobre la acera un luego de un doble salto, “quizás un perro, pobre”, y el motor se apagó.

-¡Cuidado! ¡Oh, por Dios!-. Un chillido agudo logró que su marido doblara raudamente hacia la derecha.- ¿Qué fue eso?-. Ambos descendieron del carro y se acercaron hacia el otro auto. A medida que avanzaban hacia él notaron que detrás de la rueda  delantera había algo en el suelo. Un bulto quieto, que reposaba tranquilamente.

Finalmente Adriana comenzó a darse cuenta el porqué de sus lágrimas. Era nostalgia. Melancolía sobre todo lo que pudo haber sido; ella, su vida, sus planes. Tan fugaz… de un momento a otro ya no podía seguir disfrutando del mundo. Siguió abrazando a su padre, lo rodeó por el cuello y se puso delante de él y vio que estaba llorando.
Un bulto en el suelo, eso era lo que sus padres miraban con caras mortificadas… y sus amigos, ellos también estaban ahí. Observaban con cara de horror. Si al final lo que la había matado no había sido el auto si no una torpeza suya. Si al final nadie había elegido eso. Alguien lo había dispuesto así.
Volvió atrás y se sentó tranquila en donde había estado toda la mañana, con el sol en lo alto acariciándola. 

jueves, 6 de enero de 2011

Un Pequeño Triunfo

Este cuento tiene el honor de ser mi primer cuento serio, o uno de los primeros... y lo escribí a los 13 o 14 años aproximadamente. Y lo estoy publicando tal cual.

    Observé el reloj fijamente, golpeando impaciente mi pie contra el suelo.
    Horas antes sentía emoción por el gran día que se acercaba; ahora, en cambio, era impaciencia y ansiedad lo que dominada todos y cada uno de los miembros de mi envejecido cuerpo.

   Miré al gran espejo que había en la pared y vi a un hombre ya cansado y decaído por los diferentes sufrimientos y situaciones de la vida…

  Oí un ruido detrás de mí: Alicia entró rápidamente al lugar sin saludar a nadie, ni siquiera a mí. No fue por descortesía, creo, sólo fueron esos terribles nervios que sus ojos reflejaban.

   Aún recordaba la primera vez que entró aquí: parecía nerviosa y feliz a la vez. Luego, con el tiempo, fui capaz de distinguir sus emociones a través de esos ojos suyos que nunca escondían nada.
  
   Dejó, más bien soltó su bolso, que cayó bruscamente en el suelo y se quitó los zapatos. Vi como su cuerpo se estremecía al contacto con el piso frío y blando.
   -Ven acá- le ordené, tal vez un poco fuerte,- no tenemos mucho tiempo- traté de sonar más suave.
Me dirigió una mirada de súplica pero se acercó de todos modos, con paso ágil y elegante hacia donde me encontraba.
   - Concéntrate, relájate y lo más importante: disfrútalo- insistí a la pobre chica, mientras practicaba cada ejercicio cuidadosamente.

   Me recordó mi juventud, aquellos años en que me creía invencible y tenía los mismos ideales que ella, luchaba y me esforzaba por aquello, que era lo único que teníamos en común. Pero era diferente: ella tenía más futuro, más determinación, más posibilidades y claro, me tenía a mí. Me sonreí interiormente antes ese pensamiento, porque sabía que era hora de dejarla ir, con alguien más joven y mejor en esto.

   Se movía con tal gracia que era imposible pensar que en sus inicios sus movimientos eran torpes y poco elegantes. Saltaba de un lado a otro como una gacela.
   - De acuerdo, ve- le dije luego de unos minutos al tiempo que le daba una palmada de confianza en el hombro.

   Ensució sus manos de blanco, como tantas vez yo hice, miró al público nerviosa, se arreglo una mecha de cabello que le impedía ver y ajustó su malla. Levantó sus brazos en señal de saludo y saltó. – Que gran salto- pensé. Confiaba en que lograría todo lo que incluía su difícil rutina. La miré nuevamente: saltaba de una barra a otra con tal desenvoltura que me recordó mis tiempos de entrenamiento. Su actitud era de una gimnasta profesional a pesar de que sólo entrenaba de hace dos años.

    Miré a los jueces, noté algunos gestos de aprobación pero uno nunca podía saber con ellos; siempre había algo en contra: puntas de pie, sonrisas, elegancia. Solo podía esperar a que notaran lo bueno de su rutina y no los errores.
 
 La observé en lo alto de la barra, a punto de salir con un mortal, y a decir verdad, un magnífico mortal atrás.

   Pude recordar la primera vez que le dije que intentara ese ejercicio. Su cara de espanto fue tal, que me hizo pensar que no lo lograría jamás y allí estaba ahora, a punto de sorprenderme una vez más. Su rostro concentrado lucía como si sólo pensara en ello desde hace meses.

  Y pensar que al comienzo no podía ni siquiera elongar correctamente. Era impresionante como su constancia y amor a este deporte la habían sacado adelante. Siempre a tiempo, entrenado hasta que sus músculos…
  Gritos y aplausos me sacaron de aquel ensimismamiento. Busqué a Alicia con la mirada y ahí estaba, de pie, triunfante con los brazos en el aire sonriendo a los jueces.

   Corrió hacia mí con lágrimas de alegría. - Muy bien Alicia, te felicito-.
   - Si no fuera por usted no lo habría logrado: es el mejor entrenador y lo sabe- dijo jadeando por el cansancio y me abrazó.
   Me reí. Me sentí agradecido y orgulloso de ella.
   Había dedicado parte de mi vida a aquella muchacha y había valido la pena: era yo él que había aprendido cosas como la fortaleza y la perseverancia.

    La miré emocionado desde el público, no podía decir que resplandecía más: si su blanca sonrisa o la brillante medalla que colgaba de su cuello.