jueves, 6 de enero de 2011

Un Pequeño Triunfo

Este cuento tiene el honor de ser mi primer cuento serio, o uno de los primeros... y lo escribí a los 13 o 14 años aproximadamente. Y lo estoy publicando tal cual.

    Observé el reloj fijamente, golpeando impaciente mi pie contra el suelo.
    Horas antes sentía emoción por el gran día que se acercaba; ahora, en cambio, era impaciencia y ansiedad lo que dominada todos y cada uno de los miembros de mi envejecido cuerpo.

   Miré al gran espejo que había en la pared y vi a un hombre ya cansado y decaído por los diferentes sufrimientos y situaciones de la vida…

  Oí un ruido detrás de mí: Alicia entró rápidamente al lugar sin saludar a nadie, ni siquiera a mí. No fue por descortesía, creo, sólo fueron esos terribles nervios que sus ojos reflejaban.

   Aún recordaba la primera vez que entró aquí: parecía nerviosa y feliz a la vez. Luego, con el tiempo, fui capaz de distinguir sus emociones a través de esos ojos suyos que nunca escondían nada.
  
   Dejó, más bien soltó su bolso, que cayó bruscamente en el suelo y se quitó los zapatos. Vi como su cuerpo se estremecía al contacto con el piso frío y blando.
   -Ven acá- le ordené, tal vez un poco fuerte,- no tenemos mucho tiempo- traté de sonar más suave.
Me dirigió una mirada de súplica pero se acercó de todos modos, con paso ágil y elegante hacia donde me encontraba.
   - Concéntrate, relájate y lo más importante: disfrútalo- insistí a la pobre chica, mientras practicaba cada ejercicio cuidadosamente.

   Me recordó mi juventud, aquellos años en que me creía invencible y tenía los mismos ideales que ella, luchaba y me esforzaba por aquello, que era lo único que teníamos en común. Pero era diferente: ella tenía más futuro, más determinación, más posibilidades y claro, me tenía a mí. Me sonreí interiormente antes ese pensamiento, porque sabía que era hora de dejarla ir, con alguien más joven y mejor en esto.

   Se movía con tal gracia que era imposible pensar que en sus inicios sus movimientos eran torpes y poco elegantes. Saltaba de un lado a otro como una gacela.
   - De acuerdo, ve- le dije luego de unos minutos al tiempo que le daba una palmada de confianza en el hombro.

   Ensució sus manos de blanco, como tantas vez yo hice, miró al público nerviosa, se arreglo una mecha de cabello que le impedía ver y ajustó su malla. Levantó sus brazos en señal de saludo y saltó. – Que gran salto- pensé. Confiaba en que lograría todo lo que incluía su difícil rutina. La miré nuevamente: saltaba de una barra a otra con tal desenvoltura que me recordó mis tiempos de entrenamiento. Su actitud era de una gimnasta profesional a pesar de que sólo entrenaba de hace dos años.

    Miré a los jueces, noté algunos gestos de aprobación pero uno nunca podía saber con ellos; siempre había algo en contra: puntas de pie, sonrisas, elegancia. Solo podía esperar a que notaran lo bueno de su rutina y no los errores.
 
 La observé en lo alto de la barra, a punto de salir con un mortal, y a decir verdad, un magnífico mortal atrás.

   Pude recordar la primera vez que le dije que intentara ese ejercicio. Su cara de espanto fue tal, que me hizo pensar que no lo lograría jamás y allí estaba ahora, a punto de sorprenderme una vez más. Su rostro concentrado lucía como si sólo pensara en ello desde hace meses.

  Y pensar que al comienzo no podía ni siquiera elongar correctamente. Era impresionante como su constancia y amor a este deporte la habían sacado adelante. Siempre a tiempo, entrenado hasta que sus músculos…
  Gritos y aplausos me sacaron de aquel ensimismamiento. Busqué a Alicia con la mirada y ahí estaba, de pie, triunfante con los brazos en el aire sonriendo a los jueces.

   Corrió hacia mí con lágrimas de alegría. - Muy bien Alicia, te felicito-.
   - Si no fuera por usted no lo habría logrado: es el mejor entrenador y lo sabe- dijo jadeando por el cansancio y me abrazó.
   Me reí. Me sentí agradecido y orgulloso de ella.
   Había dedicado parte de mi vida a aquella muchacha y había valido la pena: era yo él que había aprendido cosas como la fortaleza y la perseverancia.

    La miré emocionado desde el público, no podía decir que resplandecía más: si su blanca sonrisa o la brillante medalla que colgaba de su cuello.