miércoles, 6 de julio de 2011

Eterno Presente

Eterno Presente

I
“El pensamiento no nace en la boca
Nace en el corazón del corazón”
                                                      Nicanor Parra
Manifiesto

Y desperté. Ahí estaba yo, con el corazón en la mano dispuesta a entregarlo, a venderlo a quien fuera que lo quisiera recibir. Solo eso quería: amor. Tal vez mi personalidad lo exigía, mi forma de ser; apasionada y tormentosa, necesitaba amor y lo que el innombrable me había hecho me había destruido. O tal vez sólo exageraba. Entonces perdí el dominio sobre mi vida. ¿Puede un tonto enamoramiento de adolescente hacerte perder el control de la vida? Existe eso o solo son las películas. Porque yo existo y mi historia también, o tal vez no existo, o tal vez mi vida es una película cruel, o una realidad absurda.
Pero un corazón torturado puede salir adelante escribiendo…sí, escribiendo es como se deja atrás todo…o se comparte con el mundo sin tener que enfrentar el cara a cara.

¿Pueden las circunstancias de la vida, la gente que uno conoce, cambiar el rumbo de la vida cuando ésta apenas ha comenzado?
                                                                                                                   
A veces siento que el corazón no es el mejor lugar desde donde deba contarlo todo. Seguramente no hay un lugar desde donde una persona tan complicada como una adolescente pueda sentirse cómoda para abrirse a los demás. Pero seguramente, los adultos tampoco lo han encontrado, y los ancianos tampoco. Yo creo que ese lugar ideal no existe.

Miré a mi alrededor, me sentí mareada. Fue una pesadilla. Menos mal; no podría haber soportado saber que en realidad había perdido algo tan importante así, con alguien tan insensible, en una relación tan efímera. Ni que me habían traicionado de esa forma a propósito de lo ocurrido. A pesar de que era un sueño, o mi inconsciente me obligaba a reconocer todo lo ocurrido como tal, me sentía sola. Amigos, novios, familia, gente… y al final solo estaba yo. ¿Egoísmo o soledad? ¿Casualidad o destino?

En el último tiempo había sentido como si tocar fondo no era más que saltar de escalón en escalón hacia algo más bajo aún, como si en realidad aquel fondo que me haría recapacitar no existiera.
Me hubiese gustado despertar y ser otra: vulnerable, débil, en quien la gente no pudiera esperar demasiado. ¡Qué triste que no sea el caso! Siendo la hija brillante, perfecta, con buenas notas, buena familia, buena situación, ¿Quién pensaría de mí como una adolescente descontrolada? Podría cerrar los ojos y dormirme para siempre pensando que soy otra y vivir para ese mundo paralelo.

Todo es culpa de ese muro que he construido, que han construido los demás en torno a mí, que no me defiende, sino me oculta y muestra una imagen de mujer sólida, con valores, fuerte, que no llora, de la que todos pueden esperan sino lo mejor. Y que, por supuesto, está absolutamente preparada para enfrentar la vida. Si supieran que esa persona no existe, que es solo producto de la imaginación de aquellos que la idealizaron. Solo es eso; una idea.

Hoy día intenté hablar con mi papá. Conversamos un poco. Más bien fue un monólogo, pero yo lo entiendo: sus monosílabos no significan que no me quiera, está claro que no es eso. El pensamiento típico de mi edad -nadie me quiere o entiende-, pasó de moda hace años. No, yo entiendo; él está cansado, estresado. El trabajo, las reuniones, y los problemas de adultos. A veces pienso que la adolescencia no es una etapa circunscrita a una edad determinada.

Adolecer significa sufrir, y no he conocido jamás a alguien que no sufra. Pensar que hasta el sentimiento más alto, o eso dicen, que es el amor, va de la mano del dolor. A veces pienso que debería ser yo la que tendría que estar ahí para mi papá y decirle que no se preocupe, que un problema no es el fin del mundo. Pero no puedo. Soy una adolescente, tengo 17 años; aunque tuviese la razón, no me incumbe, como dirían los mayores.

Los hombres mismos hacen que la vida sea ardua. El mundo no es difícil, no es complicado: los hombres lo son. El mundo no es triste, los hombres son quienes lo hacen gris. He estado buscando la gente buena, los hombres que valen la pena, pero no los encuentro. He cambiado los canales de la televisión y no los veo. He leído diarios, revistas y ahí tampoco están. 
II
“Hierbecita temblorosa
Asombrada de vivir”
Gabriela Mistral
Apegado a mí, Canciones de Cuna, Ternura

Ahora que lo pienso he vivido tantas cosas. Me habría gustado ir más lento, cada cosa en su momento. Pero siempre fui adelantada: caminé antes que nadie, mis primeros dientes salieron muy anticipadamente y para que decir mi primera palabra.

Mis amigas veían dibujos animados y caricaturas, yo, en cambio, series importadas directamente de USA con esas risitas envasadas, y tramas fuertes para reflejar lo “terrible de la juventud hoy en día ”. Ahora que yo soy la juventud de hoy en día pienso que esa frase cliché es una simple muletilla: la juventud siempre fue igual, y ese pensamiento pesimista únicamente contribuye agrandar aún más esa temible brecha generacional entre algún adulto que quizás lea esto y yo. O entre yo misma y mis hijos en el futuro.

Pero, ¿Cómo llegué a este punto de soledad y tristeza? Mi teoría final: yo misma lo busqué o el destino lo preparó especialmente para mí. Incluso puede ser que estaba escrito desde le eternidad. Fue una cadena de sucesos que me hicieron ser lo que soy y ya no hay vuelta atrás. Maravillarme con dejar atrás la infancia, para comenzar a tomar mis propias decisiones… salir de la seguridad del hogar, y enfrentarse a las luces, la ciudad, la vida nocturna. Salir con ese tipo que nunca quise pero que me encantó. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, darme cuenta de lo que había perdido. Crecer, crecer, ¿Crecer? ¿Qué es eso? Solo una medida corporal. En la mente uno no crece ni madura: simplemente va juntando un enorme acervo empírico que lleva a forjar una cierta personalidad, y después de un tiempo las experiencias más duras se van eliminando o tergiversando y se puede decir en paz, sin darse cuenta del autoengaño; “dejé eso atrás”, o bien, “ya maduré”.

Lo terrible hoy en día no es la juventud. Es la sociedad. Son los adultos. Ellos publicitan un mundo sensual, donde antes que la abstinencia están los preservativos, antes que la razón, están los sentimientos, antes que el amor (del verdadero, de la voluntad), está el placer. Y eso no importa, no es mi punto, ni mi tesis a defender, todo eso me da igual; que publiciten lo que quieran y que quienes opten por eso lo hagan libremente. Pero luego pregunto ¿Y ahora qué? ¿Quién de esos adultos va a acompañarme, a sacarme de esta soledad y tristeza, quién de ellos va a llenar el vacío?

Todo esto es un sinsentido; fue mi culpa al fin y al cabo. Pensé que esa era la mejor manera de sentirme querida. Pero los “penséque” y “creíque” no sirven de mucho en la vida real, suponiendo que todo esto es real. Y no parece serlo: haber perdido mi inocencia así, dejar de ser la que era sin haberlo deseado me hizo desvanecer. Siento como si todo esto fuese ficticio y ya hubiese dejado de existir.

Y yo no tomo. Nunca. Por ley no bebo alcohol, pero paradójicamente me encuentro castigada hasta nuevo aviso debido a que me escapé hace unos días, salí y tomé con el estómago vacío. Seguiría con la historia de mi “hazaña nocturna” pero no recuerdo qué ocurrió después. Podría inventar un final. Podría invocar a una musa griega o algún dios fogueado en el tema: Dionisio tal vez me ayudaría. Pero luego desperté, y comenzaron mis cavilaciones y aquí estoy en medio de la nebulosa que llaman conciencia, razón; quién sabe. ¿Y qué hago escribiendo pensamientos íntimos? Sigo siendo una adolescente, no soy tan profunda como podrían pensar; simplemente escribir me alivia casi tanto como un cigarro suave junto con la puesta de sol, o como leer una buena novela, tan buena que los personajes rápidamente instalan una cómoda silla para mí, en una pequeña esquina para que pueda disfrutar la trama de más cerca aún.

Y todo porque en un año pasé de un hombre a otro. Sin tener tiempo de olvidar al primero, conocí al segundo, y ya estaba con el tercero, conociendo a la familia del cuarto. Y ese día colapsé, me serví un vaso de no sé qué “trago“, y pensé: esto era exactamente lo que necesitaba para olvidar todo. Y todos mis pensamientos eran un torbellino. Comencé a esfumarme, a dejar atrás mi realidad. Mejor sola que mal acompañanda, si al final me di cuenta de que por donde voy hago daño, y que después de todo tal vez no sea adolescencia sino locura, y esa personalidad impulsiva no sea una etapa sino carácter y temperamento natural en mí. ¿Y la libertad qué? Si lo que me sucede está mal y lo que elijo, también. Tan voluble, tan cambiante. Yo misma creé mi soledad. Y la creé tan bien que debería sentirme orgullosa. Pero no, los seres humanos necesitamos de la sociedad. O tal vez yo no sea humana o en ese instante haya dejado de serlo.

III
“¿Quiénes están muriendo y quiénes nacen
Mientras mi pluma corre en el papel?”
Vicente Huidobro
Canto IV, Altazor

Después de todo, esta es la vida, que transcurre, y no hay otra. Soy lo que fui y seré lo que soy. Mis experiencias son estas, y luego ¿Qué? Solo soy un personaje de un cuento loco, una historia rápida  y mi vida acaba con estas líneas. Si mi dueño decide dejar de escribir… ¿A dónde iré?

Iré a un más allá, al mundo real de los filósofos, a lo que en realidad es. A ese mundo ideal platónico. Porque quizás soy solo una idea y allí es donde pertenezco. Saldré de este mundo aparente. Sí. Saldré de esta hoja, de este trozo de papel, de estas palabras que me tienen atrapada. Que me controlan. Que manipulan mi destino.

Si cada una de estas letras se entrecruzara, o se mezclaran, ¿Mi historia sería diferente? ¿Quién soy? ¿Qué soy? No soy. No puedo ser. Soy un personaje. Y si mi ser es ficticio, mi sufrimiento también. Pero, ¿Cómo puede ser que lo que siento no sea, si lo estoy sintiendo? Y si soy una idea, entonces las ideas también sienten, las ideas también son. Quizás las ideas son lo único real, y ese ser de carne y hueso que me escribe o me lee no es sino un ser mecánico e indiferente.

Tal vez soy un alma dispersa y no he encontrado mi lugar. He abandonado mi cuerpo, o éste me ha dejado en libertad, pero no ha sabido diferenciar aquella del libertinaje y aquí me encuentro como un espíritu perdido, divagando por estas páginas.

¿Han visto algún desalmado rondando las calles? Tal vez sea yo, mi otra parte. ¿Cómo hacer para que me lea? Podría usted, sí, usted que está mirándome sin verme, llevarme ahí donde la gente se siente vacía por dentro. Yo tengo pasiones, deseos, sentimientos, voluntad. Yo puedo ser el alguien de alguien. Pero quién irá a tomarme en cuenta… si solo soy una adolescente, solo soy una idea. No pasará. No encontraré mi lugar en este mundo. No seré parte de la masa ni encajaré en un estereotipo. Esta hoja acabará y ya no tendré existencia.

¿El lenguaje crea? Porque yo estoy existiendo ahora gracias a él. Pero la historia se acaba. Mi vida se termina y aún no ha comenzado. Si usted intentara volver a la primera línea y leer nuevamente, podría darme unos minutos más de vida. Tal vez si lo hiciera con otra actitud o con otro ritmo de lectura, mi historia sea diferente y tenga un final feliz; pero ¿Cómo? Supongo que si ya está escrita, nada puede cambiar. El destino inexorable quedará inexorable para mí.

Mi existencia ya no es superada por las fuerzas de la naturaleza ni por la tecnología, como se ha pensado a lo largo de la historia. Mi existencia la supera mi propia existencia, me sobrepasan mis pensamientos y mis palabras: me consumen pero a la vez me sostienen.

A través de la historia el hombre se ha autodestruido, y ha sido una conducta perseverante, digna de admiración. No sólo la juventud se autodestruye: todos se suman a este movimiento; los individuos y las masas. Y cuando la destrucción física ya no es suficiente, no hay que preocuparse: la destrucción moral llega de inmediato para así continuar con el ciclo normal de la vida.

Y por eso mismo destruiré mi historia, dejaré de escribir. Los pensamientos dejarán de fluir por mi cabeza y mi mente se apagará en el minuto que escriba el punto final. Así seré consecuente con mi naturaleza humana y seré yo la causa de mi muerte, seré el superhombre de Nietzsche. O mi inconsciente freudiano hará su parte y me obligará a detener todo esto.

Es mi elección, creo. No me queda otra posibilidad sino elegir mi obligación. Los hombres son creados para encontrar la verdad, la felicidad, el bien, la belleza; para encontrar el amor. Y yo, ¿Para qué fui creada? Para rellenar estos escritos, para desahogarme con el aire, para encontrar la catarsis conmigo misma y liberarme al fin.

Seré una adolescente eterna, mi ser no asumirá jamás dejar atrás la juventud, y con cada lectura naceré y moriré una y otra vez. No habrá pasado ni futuro, solo el eterno presente.

Y desperté. Ahí estaba yo, con el corazón en la mano… sintiendo que todo esto ya lo había vivido. Tomé mis pensamientos, y los esparcí sobre la mesa decidida a escribir lo que sentía. Decidida a inmortalizar mi ser en un hoja. Comencé con los pedazos más pequeños a armar lentamente lo que habían sido mis experiencias hasta ahora, el rompecabezas de mi vida.