Reflexión sobre la mujer heterosexual joven de hoy
En estos días de encierro me he permitido reflexionar sobre un tema que, entre series de Netflix y novelas muy bien escritas, me ha asaltado con más fuerza que antes. Advierto desde ya que no dice relación con virus ni política.
Se trata de un “pequeño drama” de la mujer (o de cualquiera) de 28 años de hoy. Quizás a más de alguna/o le haga sentido y pueda aportar su visión a estas palabras.
La cosa es la siguiente: mujer en 2020, tienes 28 años y has logrado -de a poco- empoderarte; has trabajado en tus emociones; has entrado y salido de relaciones tóxicas, has visitado a la psicóloga (más de un tipo de terapia incluso); has aprendido a meditar; has buscado la causa de tu jaqueca, colon irritable o bruxismo en su origen, dejando como última opción taparte en pastillas. Te interesa conocerte. Ya aprendiste la diferencia entre ansiedad y angustia, y cuando sientes rabia, lo hablas con alguien o escribes en un diario de vida, ordenas tus emociones, separas las cosas.
No vamos a mentir: te es un poco más sencillo, porque cuando chica, en tu educación, tuviste un poco más de espacio para desarrollar algunas emociones (ojo ¡no todas! porque enojarse y "tener carácter" era "poco femenino"). Pero llorar, desahogarse, tenía como consecuencia más grave ser tildada de mujercita, que es ofensivo hasta cierto punto siendo que efectivamente…somos mujeres (entiéndase que no lo minimizo, pero nuestra sensibilidad siempre fue más tolerada por parte de nuestros adultos).
Hago la advertencia de que en otra ocasión me referiré en profundidad a esto: cómo el machismo afecta igual a los hombres y a las mujeres en algunas aristas de la vida.
Pero siguiendo mi idea, eres mujer, tienes 28 años, y ya te has preocupado de desarrollar tu inteligencia emocional a la par que tu independencia. No digo que todas lo hagan y que no sea un crecimiento constante; y que a su vez, no existan hombres excepcionales. ¡De esos los hay muchos!
Sin embargo, aún existe, por ejemplo, gran prejuicio de que un hombre asista al psicólogo, a terapia grupal o que trate un trauma del alma con el especialista que corresponde. El trauma de un esguince, seguro que lo ven con el kinesiólogo lo antes posible, pero el dolor de verdad, el de adentro, se suple con otras cosas (videojuegos, alcohol, drogas, sexo, pastillas para dormir o para lo que sea). Si bien no soy psicóloga, creo que gran parte de ello tiene que ver con estructuras sociales y educativas, y no con biología y de eso hay muchos estudios que pueden consultarse.
También advierto que este punto da para otra reflexión imposible de tratar aquí: algunas hemos crecido pensando –por distintas razones- que mutilando nuestra “sensiblería” seremos más exitosas, seremos “feministas” y llegaremos a ser gerentes de una gran empresa; juzgamos a las mujeres de otras generaciones por dejarse aplastar, inconscientemente las criticamos por haber sido, en efecto, “mujercitas”, cuando probablemente si hubiésemos nacido en sus zapatos estaríamos en el mismo lugar. Los pasos que damos hoy las de 28 años, son gracias a los que las de 50 ya dieron, y los de ellas, a los pasos de las mujeres anteriores, aunque no siempre lo valoremos así. Mi madre, sin ser profesional, me repitió siempre lo importante que era -antes de cualquier cosa- mi título en mano. ¿Es la mejor enseñanza? No lo sé, pero si estoy donde estoy ahora, es gracias a ese impulso, que ella, a mi edad, no tuvo.
Entonces: tienes tus empoderados 28 y aunque yerres porque el corazón no siempre acompaña a la cabeza, ya sabes que para tu vida no quieres esa relación tóxica, ya sabes que quieres conectar de verdad con tu pareja, ya sabes que quieres igualdad en tu vida amorosa. Sabes que quieres hablar de emociones con la persona que te acompaña, y que si decides tener hijos, quieres que ellos reciban ese trato igualitario, que crezcan libres de estructuras, que hijos e hijas puedan llorar, y no sean educados como “los niños y las niñas”, sino como personas, respetando sus inquietudes, emociones, miedos, dudas y preferencias, y enseñándoles a respetar a todos (sueño con el día en que la frase “a las niñas no se les pega” evolucione a “no se golpea a nadie”).
Ya no somos nuestras madres, ya no somos nuestras abuelas. En alguna literatura, que es parte de mi inspiración a escribir esto, se ve que el trabajo de inteligencia emocional (que por supuesto siempre ha existido) era más bien dirigido a cómo mantener a un hombre a tu lado: por amor, por miedo a la soledad, por necesidad económica. De ahí salen frases a la antigua, que se escuchan todavía en algún almuerzo de domingo y que para nosotras, las de 28, es como un ají en...
Frases como “al hombre hay que mantenerlo entretenido, si no se puede ir con otra”, “no hay que hablarles tanto a ellos, se cansan y al final se cierran más todavía”, y de mis favoritas, “mujer que no gasta, hombre que no progresa”. Creo que las mujeres de otras generaciones ni siquiera entienden por qué a las de 28 nos molesta tanto, nos enojamos, nos paramos de la mesa.
Repito, siempre hay excepciones.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? Que las de 28 de hoy tuvimos una infancia- adolescencia- adultez joven muy distinta a la de ellos. Nosotras trabajamos en nuestra alma como nunca antes, en nuestra independencia, en nuestra salud mental. Aprendimos a vivir solas o con amigas, ya no tenemos tiempo para tener un hombre celoso cerca, ahora casarse o convivir puede ser interesante…o no, depende. El gasto importante que tenemos que decidir es si estudiar un magíster o hacer un viaje, o si nos resulta comprar un departamento solas; o bueno... también a medias con la pareja, depende de cómo nos sintamos. Los necesitamos a ellos, sí, pero porque queremos explorar nuestra sexualidad, queremos tener un partner, queremos tener un gran amor. Por lo tanto, corrijo: no los necesitamos: los queremos a nuestro lado.
Y ahí viene el problema.
Muchos de ellos todavía no saben distinguir la rabia de la pena, sienten “algo” indefinido y puede ser pegar un par de combos o jugar al playstation por horas. Ellos todavía no se atreven a ir al psicólogo si sienten ira o dolor, o si acaba de morir su mejor amigo. Ellos todavía tratan de maricón al ¿qué llora? ¿al que tiene miedo? Aquí ya no sé con claridad, porque ese término sigue siendo bastante amplio.
La consecuencia de esto es que a una -la mujer de hoy- le da terror embarcarse en un proyecto de vida con alguien. Para ti, la de 28 años, "ser pareja" responde a una idea, y para él, de 28, 30 o 32, responde a otra idea o peor aún, ¡no saben a qué responde! Claro que él ya sabe que lavar los platos y hacer la cama también es algo de ambos. Quizás, alguno muy moderno, pide un día libre en la oficina si el niño se enferma porque la vez anterior lo pidió ella. O se atreve a dejar todo para que ella pueda hacer su magíster fuera del país. Ya sabe que lo justo es que tú no estás para servirlo ni él a ti, y que son un equipo, porque ya lo ha escuchado mucho y porque a la primera le paras los carros.
Pero aquí hablo de otra cosa: me refiero a esa conexión emocional que necesitamos (que el ser humano necesita). Aquí viene el por qué este "drama" puede afectar a cualquiera: esa conexión la necesitamos no por ser mujeres biológicamente hablando, sino por ser alguien que ha desarrollado esa inteligencia emocional (y lo digo porque puede darse al revés o en una relación homosexual una de las partes estar en un nivel emocional desarrollado y la otra no; y el problema –creo- se daría igual).
Esa conexión emocional -dado que las parejas son de a dos- es la que muchas veces queda coja.
Esa sensibilidad de la que hablo no es aquella que dicta: “la mujer es más sensible”, como si sensible fuera una característica negativa. Me refiero a la parte humana de las emociones: gracias a esa maravillosa sensibilidad educada (esto lo aprendí con una de mis psicólogas), tenemos una brújula, un radar, una intuición cultivada. Esa sensibilidad que ayuda, que guía, que salva de ambientes tóxicos, que lleva a perseguir las cosas que en realidad queremos y no lo que impone la sociedad (aunque al final pueda coincidir).
Esa sensibilidad producto de todo ese esfuerzo y búsqueda, tú esfuerzo y tú búsqueda, no pareciera poder encontrarse en quienes son tus posibles parejas (quizás si tú, la de 28, se relacionara con un joven de 20, podría encontrar mayor potencial de madurez emocional, pero a ese todavía le falta recorrer el camino (que seguramente hará porque ya es otra generación, pero tú ya tendrás 40); así que el laberinto no tiene mucha salida)).
Y esto, porque él, el adulto joven de hoy, que lava los platos y te apoya con tu trabajo, sigue siendo una roca emocional, el macho sin sentimentalismos: aquello que ellos creen que la sociedad, o más preciso, nosotras, necesitamos de ellos.
Esta reflexión más que criticar busca manifestar una preocupación por la posibilidad de encontrar esas relaciones duraderas y significativas que nosotras, las de 28, queremos, necesitamos y exigimos. También, preocupación por el destino de esas relaciones ya formadas, en unos 10 o 20 años más, cuando quede en evidencia que el olmo definitivamente no da peras.
Pareciera ser que seguimos siendo una sociedad de transición donde una parte grande ya evolucionó, y se preocupa por el alma, corazón, sentimientos (o como queramos llamarlo) igual como se preocupa de un cáncer o de una enfermedad vascular. Pero todavía una enorme parte tiene enterrada la emocionalidad a metros bajo tierra.
Pareciera ser que a una, la mujer de 28 años, le tocará hacer de guía emocional a esa generación de hombres que les gritaron por llorar o les obligaron a jugar solo con autos y soldados, y que, aunque suene un cliché, es la cara visible de una infancia marcada por ser pragmático, ser macho, ser duro. Una infancia que deja huellas igual de graves y difíciles de borrar que aquellas huellas que nosotras también tenemos, cuando fuimos menos consideradas, discriminadas o poco libres por el solo hecho de ser mujeres.
El embrollo final (casi sin solución) es que quizás nosotras no queremos ser esas guías emocionales, no queremos ser la “mamá” de nuestras parejas, porque eso ya lo fueron nuestras madres y nuestras abuelas (típica la frase de que el marido es un hijo más); nosotras queremos madurez emocional, queremos un adulto a nuestro lado, no ese adulto que sabe cambiar neumáticos (eso depende de las preferencias de cada uno, y si tu pareja es tuerca y tú no, ¡genial el complemento!), sino de alguien que pueda hablar de su alma y de su corazón. Que sepa y quiera conectar.
Creo que esa podría ser la receta para sobrellevar las abundantes crisis de parejas: por eso dicen que la comunicación es clave. El tema es que no toda comunicación une y la pregunta que surge es inevitable ¿es posible que una, la mujer de 28 años de hoy, pueda encontrar la conexión que necesita, la relación romántica –erótica que anhela, en este escenario de “desigualdad emocional”?
Para que no quede esa sensación de desesperanza cruda, se puede plantear de otra forma: ¿cómo hacer para que en este recorrido social-estructural de madurez emocional, avancemos todos a la par y podamos encontrar la felicidad en pareja?